sábado, octubre 07, 2006



Ginkgo biloba.

A las seis de la tarde el cielo se puso gris, casi se vistió de negro y Carmencita, vestida de blanco riguroso salió de su casa cerrando tras de sí la pequeña puerta del jardín.

Siete años antes se había despedido con seis palabras: “Dentro de siete años volveremos aquí”. Habían pasado siete veranos, siete inviernos con sus siete primaveras y recién comenzaba a aparecer dorado aquel Ginko biloba que les había cobijado unidos en descansos matinales.

El Ginkgo vivía bien, en un parque aireado y cuidado hasta cualquier extremo posible. Carmencita vivía bien, cuidada y querida hasta cualquier extremo posible.

En estos pasados años cuando recordaba el pensamiento de aquella promesa, lo hacía no sé si con la esperanza de que ella estuviera dispuesta a cumplirla o con la duda razonable de si el objeto de pasión sería bienvenido en aquella postrera ocasión.

La fuerte tormenta descargaba aguas de mil lluvias grises mientras se besaron bajo el Ginkgo. Él se había adelantado, con su traje blanco, su sombrero de ala, la corbata sujeta con aquel alfiler que ella le había regalado mucho tiempo antes. Un ramo de flores amarillas en la mano prestas al encuentro. Y temblaron, temblaron como niños en un primer encuentro, se sintieron besarse, se sintieron profunda y quedamente, sus blancos ciegos ojos se abrieron, después de siete años supieron el por qué nunca se habían separado sus cuerpos y sus almas.

Se habían prometido este encuentro, al celebrar sus bodas de oro, bajo las hojas doradas del Ginkgo. Aunque él llevaba tiempo convertido en polvo de cenizas alimentando las raíces de su árbol preferido.

16 comentarios:

Vita dijo...

Triste y bonito tu texto.

El detective amaestrado dijo...

Electrizante, impresionante la sorpresa final...(Aquí va una salva de aplausos...)

nancicomansi dijo...

¡ Ay si, que final más maravillosamente triste...!

Iñigo dijo...
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Iñigo dijo...

Muy interesante tu blog. La verdad es que uno se sorprende al salsear un poco en blogger, te encuentras con blogs magníficos como este.
Sigue así.

ágatas, cueros y cristales dijo...

Se me ocurre pensar en este tipo de promesas y encuentros también con aquellas "cenizas vivas" que van quedando a los lados de nuestro camino. ¿Atractiva la idea?

Anónimo dijo...

Una esperanza para el amor, para el encuentro de lo más querido, al final continuaremos juntos, quiero y deseo creerlo así.
Gracias por compartir emociones...,

Anónimo dijo...

Ha sido una muy grata sorpresa descubrir tu sitio, escribes de maravilla.
Saludos!

Anónimo dijo...

Precioso relato, intimista y triste.

gaia56 dijo...

Coincidís algunos en la tristeza del texto. En fin la vida, muchas veces, tiene mucha tristeza de por medio, pero creo que la historia tiene más ternura.

Me han llegado los aplausos detective.

Iñigo intenté pasear por tu blog... pero no entendí nada. Viví en tu tierra y la amo.

Efectivamente alas del ostrero... hay mucha ceniza viva en el camino.

Gracias por pasar por mis relatos, Vita, nancicomansi, Nuria, Ricardo, Tomás...

Iñigo dijo...

Tranquila, no te pierdes nada.
Espero con entusiasmo tu próxima aportación.
Agur.

Txe Peligro dijo...

una bonita historia bajo un extraño árbol.

gaia56 dijo...

Ginkgo biloba es un árbol del que hay ejemplares fósiles y que sin embargo se encuentra en muchos parques, tiene la hoja caduca y estos días empieza a dorar sus ramas... biloba porque la hojas parece que tiene dos lóbulos...

Paula dijo...

qué belleza

estas historias son las que nos hacen estar vivos ¿no?

un poco de ternura en estos tiempos locos, no está de mas

Un abrazo

gaia56 dijo...

Si Paula creo que la ternura siempre es un motor de vida.

Mari dijo...

Bella y amorosa historia.