Juan Goytisolo, Premio Nacional de las Letras 2008, me enseñó a disfrutar algunos espacios de Marrakech. Guardo un especial de viajes de un periódico en el que Juan Goytisolo nos enseñaba la ciudad, siempre que vuelvo a ella releo sus recomendaciones. Me enseñó a amar la hermosa Plaza Djemaa el Fna, Patrimonio Oral de la Humanidad, a la que dediqué hace años estos versos.
Gente, multitud de gente,
agrupada de mil formas,
unos con otros,
otros con unos,
todos con todos.
Corros que se hacen y deshacen,
tiendas y puestos,
todos venden,
algo y todo.
Humo de cocinas en vivo,
historias y pensamientos,
sensaciones y alegrías,
culturas en acción.
Vida en colores,
palabras y miradas,
sonrisas permanentes,
serpientes y aguadores,
acróbatas y hechiceros,
actores y halaiquis,
comunicando todos.
Espectadora en un café
disfruto el espectáculo vivo,
sorbiendo té con menta,
un cielo debalando a rojo,
escucho la llamada a la oración,
y extasiada absorbo
las luces que brillan
trasmitiendo sentimientos.
Vida en colores,
palabras y miradas,
sonrisas permanentes,
serpientes y aguadores,
acróbatas y hechiceros,
actores y halaiquis,
comunicando todos.
Espectadora en un café
disfruto el espectáculo vivo,
sorbiendo té con menta,
un cielo debalando a rojo,
escucho la llamada a la oración,
y extasiada absorbo
las luces que brillan
trasmitiendo sentimientos.